Por un referente constructivo crítico desde IU, comprometido y coherente en la movilización social para una alternativa trabajadora y joven a la crisis económica, en el proceso de formación de los foros para la refundación de la izquierda.

domingo, 6 de abril de 2014

LA IZQUIERDA Y LA VIEJA POLÍTICA EN MADRID


Las marchas que concluyeron el pasado 22M, y que representaron la defensa clara de una dignidad que se nos arrebata a dentelladas para mayor beneficio de los más ricos, plantea a la izquierda, en particular la transformadora, un reto evidente que, al menos en Madrid, genera dudas.
Las marchas reclamaban pan, trabajo, techo y, sin duda, derechos y libertad. Responder al desafío que estas exigencias plantean implica importantes cambios en la escena de la política.  Las encuestas remarcan, más allá de la caída del PP, una creciente preocupación e interés ciudadano por los asuntos políticos, pero no por los partidos; la política partidaria es vista como algo alejado y desacreditado. Por otra parte, la única manera de acabar poniendo coto al neoliberalismo y acercarse mínimamente  a los objetivos planteados por las marchas está del lado de la movilización social y su transformación en política. Es decir,  del lado de que la lucha y los organismos que a ésta responden y que ésta genera acaben provocando cambios de gobierno, forzando  la redacción de nuevas leyes y, a otro nivel, cambios  en el régimen y en sus instituciones.
Al final, como siempre en la historia, de una u otra manera, la movilización acabará encontrado su correlato en la política. Pero más allá de ese hecho, de lo que se trata es ver hasta qué punto las fuerzas políticas de hoy, especialmente las de la izquierda, se muestran capaces de poner todo el capital acumulado que representan al servicio de dar satisfacción, de manera rápida, a las exigencias de esa movilización.

EL TIEMPO PASA FACTURA
Treinta años de neoliberalismo y de su única “alternativa”, la alternancia socialiberal del PSOE, han pasado  factura a la izquierda. Han sido treinta años en los que la voluntad popular ha quedado reducida casi exclusivamente a la representación parlamentaria e institucional. Años en los que, a pesar de ciertos y meritorios esfuerzos, sobre todo a través de las huelgas generales, los sindicatos han ido viendo como su papel se reducía cada vez más. Años en que la línea de grandes pactos y convenios ha marcado el devenir sindical y político,  subsumiendo en esa lógica toda la lucha. Años que nos dejan un sello de retroceso en la conciencia social y política, de burocratización en las estructuras y de desconexión entre calle y política. 
En consecuencia, resultan necesarios cambios con calado,  de profunda e imprescindible  regeneración. La izquierda, que de manera inmensamente mayoritaria se ha modelado en la transición y dentro del pacto constitucional,  demuestra ahora (las encuestas y el retroceso vital que sufrimos lo prueban) que no es capaz, tal cual se presenta, de parar el vendaval de ataques que sufrimos contra servicios, derechos, empleo o libertades democráticas. 
Por otra parte, la lucha contra tales recortes y sus consecuencias está posibilitando en una parte todavía pequeña pero creciente de la ciudadanía una renovada cultura de justicia social, con la reafirmación de valores igualitarios y democráticos. Pero esa parte de la ciudadanía exige probar y convencerse por sí misma de cuál es el camino para lograr revertir los ataques a derechos y libertades que se producen. Dicho sector es la base que hay que  aprovechar para el avance y el cambio en la política; un avance que es condición inexcusable si se quiere dar respuesta positiva a los lemas de las marchas del 22M.

¿CÓMO HACERLO?
La única manera pasa por una amplia expansión de la democracia y una apuesta incondicional por la unidad. En la lucha, en las organizaciones, en la sociedad y en las formas de participación política.
En este sentido, en el campo que constituye la calle, resulta fundamental defender movilizaciones grandes y unitarias; movilizaciones amplias y mixtas, que sumen todo aquello que se agita, que sean capaces de dar cobertura a todo esfuerzo contra los recortes. Las mareas, las cumbres sociales o las marchas por la dignidad son  el camino a extender. En esta etapa, se construye desde abajo hacia arriba y lo ya construido, lo ya existente previamente, sólo es reconocido si pone su valor al servicio de esos procesos.  
Por su parte, en el terreno de las fuerzas políticas,  las cosas resultan algo más complejas. Por un lado, ante la dificultad, la separación y el apoliticismo reinante en buena parte de la mayoría de la sociedad, incluida aquella que se moviliza, distintas fuerzas prueban suerte avanzando propuestas. Se trata de propuestas que pueden encontrar cierto eco, incluso electoral, pero que por sí solas y  por separado no pueden resolver el problema de la evolución del conjunto. Ni siquiera las fuerzas más grandes por sí mismas, pueden.

MEZCLA, UNIDAD Y PARTICIPACIÓN
Para afrontar la evolución de ese conjunto hace falta mucha más unidad, unidad entre todas las propuestas, en el mensaje, deshaciéndose, como ocurrió en las marchas del 22 al escoger sus lemas, de aquello “más superfluo”.  Por su lado aquello que ya está construido previamente, únicamente será capaz de multiplicar su peso y valor  si  actúa como eje de convergencia no excluyente hacia otras fuerzas y sectores. Es decir, como forjador de grandes alianzas y como espacio que se somete a la máxima participación. En ese sentido, los esfuerzos de participación y de nueva construcción resultan básicos. 
Hoy que la gente pide probar aquello en lo que se halla, que desconfía de lo aprendido por otros durante años (programa y organizaciones) es condición indispensable para enraizar en buena parte de los 179 municipios de Madrid y en la propia Comunidad, un amplio bloque social y político, el que se parta  de abajo. Por tales razones, es necesario  crear un programa a partir criterios participativos y abiertos. Por ese camino se puede unir a la militancia y al activismo con el conjunto de la ciudadanía y, a todo ello, con  la política. El bloque Social y político que la última asamblea regional del IUCM proclamó verá sus avances más sólidos a través de este criterio, mucho más allá que a través de supuestos acuerdos cupulares. Acuerdos nunca descartables, pero que no sueldan. 
Consecuentemente con lo anterior, es fundamental que el programa a presentar en las próximas elecciones municipales y autonómicas se levante de manera participada, de abajo arriba, con la intervención directa de los implicados, y que la elección de los cabezas de todas las listas se realice a través de primarias, abiertas y ciudadanas. Sin ambos requisitos, combatir la división, mover a la vieja izquierda y sus eternos sueños de acuerdos “por arriba” y de aparato que la dominan, será infinitamente más difícil. Como difícil resultará también combatir las viejas costumbres. Costumbres que tardan muy poco tiempo en hacer fortuna incluso en las que aparecen como nuevas opciones.
Finalmente, la vinculación con la propia lista y opción electoral tampoco hoy es algo resuelto. Al contrario, en el marco de actual desconfianza consolidar de manera transparente las alianzas, alentar la participación, combatir la abstención y ligar  todo ello al programa exige que la movilización por el voto sea prolongada y vinculada a todo el proceso programático y éste a la movilización.  Ante esta situación, la defensa de un proceso de elección de los cabeza de lista en las elecciones municipales y autonómicas que parta de un sistema de primarias, abiertas y ciudadanas se transforma en un instrumento de primer orden para la izquierda.
En resumen: unidad, para la lucha, amplitud y convergencia para el programa, grandes consensos y mucha participación y voto en primarias para la elección de los candidatos. Con estas medidas y otras podremos comenzar a decir adiós a la vieja política y sumar regeneración y gente a una nueva política, la que ha de resolver los problemas de esta profundísima y larga crisis, también en Madrid.

Carlos Girbau

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