Las marchas que concluyeron el pasado 22M, y que representaron
la defensa clara de una dignidad que se nos arrebata a dentelladas para mayor
beneficio de los más ricos, plantea a la izquierda, en particular la transformadora,
un reto evidente que, al menos en Madrid, genera dudas.
Las marchas reclamaban pan, trabajo, techo y, sin duda,
derechos y libertad. Responder al desafío que estas exigencias plantean implica
importantes cambios en la escena de la política. Las encuestas remarcan, más allá de la caída
del PP, una creciente preocupación e interés ciudadano por los asuntos políticos,
pero no por los partidos; la política partidaria es vista como algo alejado y
desacreditado. Por otra parte, la única manera de acabar poniendo coto al
neoliberalismo y acercarse mínimamente a
los objetivos planteados por las marchas está del lado de la movilización
social y su transformación en política. Es decir, del lado de que la lucha y los organismos que
a ésta responden y que ésta genera acaben provocando cambios de gobierno,
forzando la redacción de nuevas leyes y,
a otro nivel, cambios en el régimen y en
sus instituciones.
Al final, como siempre en la historia, de una u otra manera,
la movilización acabará encontrado su correlato en la política. Pero más allá
de ese hecho, de lo que se trata es ver hasta qué punto las fuerzas políticas
de hoy, especialmente las de la izquierda, se muestran capaces de poner todo el
capital acumulado que representan al servicio de dar satisfacción, de manera
rápida, a las exigencias de esa movilización.
EL TIEMPO
PASA FACTURA
Treinta años de
neoliberalismo y de su única “alternativa”, la alternancia socialiberal del
PSOE, han pasado factura a la izquierda.
Han sido treinta años en los que la voluntad popular ha quedado reducida casi exclusivamente
a la representación parlamentaria e institucional. Años en los que, a pesar de
ciertos y meritorios esfuerzos, sobre todo a través de las huelgas generales,
los sindicatos han ido viendo como su papel se reducía cada vez más. Años en
que la línea de grandes pactos y convenios ha marcado el devenir sindical y
político, subsumiendo en esa lógica toda
la lucha. Años que nos dejan un sello de retroceso en la conciencia social y
política, de burocratización en las estructuras y de desconexión entre calle y
política.
En consecuencia, resultan necesarios cambios con calado, de profunda e imprescindible regeneración. La izquierda, que de manera
inmensamente mayoritaria se ha modelado en la transición y dentro del pacto
constitucional, demuestra ahora (las
encuestas y el retroceso vital que sufrimos lo prueban) que no es capaz, tal
cual se presenta, de parar el vendaval de ataques que sufrimos contra
servicios, derechos, empleo o libertades democráticas.
Por otra parte, la lucha contra tales recortes y sus
consecuencias está posibilitando en una parte todavía pequeña pero creciente de
la ciudadanía una renovada cultura de justicia social, con la reafirmación de
valores igualitarios y democráticos. Pero esa parte de la ciudadanía exige
probar y convencerse por sí misma de cuál es el camino para lograr revertir los
ataques a derechos y libertades que se producen. Dicho sector es la base que
hay que aprovechar para el avance y el
cambio en la política; un avance que es condición inexcusable si se quiere dar
respuesta positiva a los lemas de las marchas del 22M.
¿CÓMO HACERLO?
La única manera pasa por una amplia expansión de la
democracia y una apuesta incondicional por la unidad. En la lucha, en las
organizaciones, en la sociedad y en las formas de participación política.
En este sentido, en el campo que constituye la calle, resulta
fundamental defender movilizaciones grandes y unitarias; movilizaciones amplias
y mixtas, que sumen todo aquello que se agita, que sean capaces de dar
cobertura a todo esfuerzo contra los recortes. Las mareas, las cumbres sociales
o las marchas por la dignidad son el
camino a extender. En esta etapa, se construye desde abajo hacia arriba y lo ya
construido, lo ya existente previamente, sólo es reconocido si pone su valor al
servicio de esos procesos.
Por su parte, en el terreno de las fuerzas políticas, las cosas resultan algo más complejas. Por un
lado, ante la dificultad, la separación y el apoliticismo reinante en buena
parte de la mayoría de la sociedad, incluida aquella que se moviliza, distintas
fuerzas prueban suerte avanzando propuestas. Se trata de propuestas que pueden
encontrar cierto eco, incluso electoral, pero que por sí solas y por separado no pueden resolver el problema
de la evolución del conjunto. Ni siquiera las fuerzas más grandes por sí
mismas, pueden.
MEZCLA, UNIDAD Y
PARTICIPACIÓN
Para afrontar la evolución de ese conjunto hace falta mucha
más unidad, unidad entre todas las propuestas, en el mensaje, deshaciéndose,
como ocurrió en las marchas del 22 al escoger sus lemas, de aquello “más
superfluo”. Por su lado aquello que ya está
construido previamente, únicamente será capaz de multiplicar su peso y valor si actúa
como eje de convergencia no excluyente hacia otras fuerzas y sectores. Es
decir, como forjador de grandes alianzas y como espacio que se somete a la
máxima participación. En ese sentido, los esfuerzos de participación y de nueva
construcción resultan básicos.
Hoy que la gente pide probar aquello en lo que se halla, que
desconfía de lo aprendido por otros durante años (programa y organizaciones) es
condición indispensable para enraizar en buena parte de los 179 municipios de
Madrid y en la propia Comunidad, un amplio bloque social y político, el que se
parta de abajo. Por tales razones, es
necesario crear un programa a partir criterios
participativos y abiertos. Por ese camino se puede unir a la militancia y al
activismo con el conjunto de la ciudadanía y, a todo ello, con la política. El bloque Social y político que
la última asamblea regional del IUCM proclamó verá sus avances más sólidos a
través de este criterio, mucho más allá que a través de supuestos acuerdos
cupulares. Acuerdos nunca descartables, pero que no sueldan.
Consecuentemente con lo anterior, es fundamental que el
programa a presentar en las próximas elecciones municipales y autonómicas se levante
de manera participada, de abajo arriba, con la intervención directa de los
implicados, y que la elección de los cabezas de todas las listas se realice a
través de primarias, abiertas y ciudadanas. Sin ambos requisitos, combatir la
división, mover a la vieja izquierda y sus eternos sueños de acuerdos “por
arriba” y de aparato que la dominan, será infinitamente más difícil. Como
difícil resultará también combatir las viejas costumbres. Costumbres que tardan muy poco tiempo en hacer fortuna
incluso en las que aparecen como nuevas opciones.
Finalmente, la vinculación con la propia lista y opción
electoral tampoco hoy es algo resuelto. Al contrario, en el marco de actual
desconfianza consolidar de manera transparente las alianzas, alentar la
participación, combatir la abstención y ligar
todo ello al programa exige que la movilización por el voto sea
prolongada y vinculada a todo el proceso programático y éste a la
movilización. Ante esta situación, la
defensa de un proceso de elección de los cabeza de lista en las elecciones
municipales y autonómicas que parta de un sistema de primarias, abiertas y
ciudadanas se transforma en un instrumento de primer orden para la izquierda.
En resumen: unidad, para la lucha, amplitud y convergencia
para el programa, grandes consensos y mucha participación y voto en primarias
para la elección de los candidatos. Con estas medidas y otras podremos comenzar
a decir adiós a la vieja política y sumar regeneración y gente a una nueva
política, la que ha de resolver los problemas de esta profundísima y larga crisis,
también en Madrid.
Carlos Girbau
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